XXIX Sessió. 5 d’octubre de 1998
Autor: Triptòfan
Teñido por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla… Tomo las palabras de Miguel Hernández para denotar mi pesadumbre.
Soy el primero. (¿Por qué habré puesto un punto aquí?… Tretas del subconsciente).
Soy el primero en lamentar que la Sesión de hoy tenga que iniciarse con otra triptofántica contra los Académicos que, al parecer, renuncian a su altísima misión.
Y renuncian olímpicamente pues se saltan reuniones valladas a los demás mortales, nadan a contracorriente y nos relevan de su estimadísima presencia esgrimiendo excusas tan zigzagueantes como el slalom mientras nos hieren con la jabalina de su abstención y el martillo de un disco disculpatorio rayado que ya no está a la altura que nuestra pértiga de tolerancia pueda pasar.
Atesoran para sí, egoístamente, su sapiencia y asisten a las Sesiones con un mutismo que ya quisiéramos para los politicastros.
Pero lo peor es que, a veces, no se dignan ni concurrir a los claustros. Y, todavía lo más peor, lo peorísssimo, es que ni justifican su ausencia; una ausencia, un vacuumnotabilis que podría reputarse desdén, menosprecio y desaire para la propia Academia.
¿No hay multitud de mecanismos que el ingenio humano y las buenas costumbres han establecido para la comunicación?
¿Para qué mejor ocasión, me pregunto, fueron inventados la carta, el télex, el fax o el correo electrónico? ¿Tanto cuesta una llamada telefónica? Bueno, sí es cierto que cuesta pero esta Academia acepta las llamadas a cobro irreversible.
¿Y por qué no enviar una ecológica tórtola mensajera? ¿O señales acústicas, luminosas o de humo? Una breve esquela, traída por un propio o un recadero, una nota en la prensa diaria, un pequeño spot en televisión haciéndonos saber la imposibilidad, sería suficiente.
Pero no; el silencio más desdeñoso y la ausencia, no por sentida menos hiriente.
Hiriente y mordaz, además, para nuestra economía, como fue el caso de la última Sesión dedicada al cava en la que las imprevistas ausencias revertieron en un proporcional aunque desproporcionado costo, asaz oneroso, de la cena. Sin olvidar la lesión a la escarcela de nuestro impagable (y quizás por esto, impagado) Secretario Sodio que financió diligentemente de su pecunio los hermosísimos baberos con nuestros escudos y que guarda todavía los de los ausentes, sin recargo ni intereses.
Vuelvo a prestarme Miguel Hernández: Tanto dolor se agolpa en mi costado que, por doler, me duele hasta el aliento.
Tomo, pues, nuevo aliento y digo que estas actitudes son merecedoras de sanción y así lo anuncié en la convocatoria de la Sesión de hoy, convocatoria que la extrema caridad del Secretario Sodio expurgó, dulcificándola, de mis reproches más acres y encrespadas.
Pero jamás condenaremos sin audiencia y, antes de solicitar veredicto a esta Academia, recibiremos de los presuntos las exégesis correspondientes.
¿La ausencia se debió a un olvido, de simple desmemoria o de incipiente Alzheimer? ¿A una amnesia pasajera? ¿A un descuido, a una distracción, a una omisión?
¿Aturdimiento, inadvertencia, imprevisión?… Cada palabra tiene su exacto significado y de su elección depende el juicio. Y éste es solamente el primer bloque de posibles causas, que reputaríamos de leve y disculpable.
Más disculpable sería si el motivo hubiere sido por accidente, por enfermedad grave de un allegado, de un familiar o del propio Académico o, no lo permitan los dioses, por haberse muerto y tener que asistir natural y obligatoriamente al entierro.
Otro bloque de posibilidades nos hace entrar ya en las punibles: desidia, repulsa, tener a menos, importar un bledo, pereza, dejadez, negligencia, despreocupación, saltarse a la torera, hacer caso omiso. E, incrementando la gravedad: indolencia, apatía, indiferencia, pachorra, galbana o poltronería.
Tomo ahora las bíblicas palabras de Noé: ¡Hasta aquí llegaron las aguas!
La Academia no puede ni debe consentir la dilución de su fuerza y justo sería mutilar, como anunciaba, al Académico renuente para pasarlo, provisionalmente, a Cadémico.
Este Presidente, sin embargo, en una benignorragia que le ensalza más si cabe, propone, para aprobación de la Asamblea, una especie de sanción a la carta. Así, el reo declarado culpable de desacato podrá escoger entre:
- Erosión del Título: Se declarará voluntariamente Cadémico y así lo hará constar el Secretario.
- Confesión pública de su falta, con muestras tanto de atrición como de contrición
- Imposición, por una Sesión Ordinaria, de un cucurucho, capirote o caperuz con la inscripción: P.I.S (Postergatus Ilustrorum Sum) en letras bermejas fosforito.
- Subvención a fondo perdido de la cena.
Presidente dixit.
DIMISIÓN CLEMENTINA
Si el ciudadano Clemente se negó tercamente a dimitir razonando irracionalidades, tanto más este Presidente que no necesita más razón que la de su propio convencimiento.
No quisiera que, en estos tiempos de incontrolables ventoleras, volara la tilde del acento de “presidió” para verse abocado a “presidio”.
Presidente bis dixit